Ana María Matute, Premio Cervantes 2010
27/11/2010
Se convierte en la tercera mujer en conseguirlo tras María Zambrano y Dulce María Loynaz.
Ana María Matute es Premio Cervantes 2010. La ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, ha sido la encargada de anunciar el nombre de la ganadora del Premio Cervantes, el más prestigioso de las letras en lengua española. Hay una regla no escrita que dice que, después de que el año pasado lo recibiera el mexicano José Emilio Pacheco, este año tocaba español.
Ana María Matute tiene 85 años y no 84 como dicen buena parte de sus biografías. El Premio Cervantes reconoce su obra, 12 novelas y varios volúmenes de cuentos, ahora reunidos en La puerta de la Luna, desde los primeros textos de 1947 hasta 1998. "Si me dan el Cervantes daré saltos de alegría, saltos de alegría espirituales", dijo. Matute, una mujer fuerte de salud frágil se apoya en una muleta para andar.
Es el premio que le faltaba. Los ha tenido casi todos, dos nacionales de Literatura Infantil; el Nacional de las Letras (2007); el Nacional de Literatura y el de la Crítica por Los hijos muertos; el Nadal 1959 por Primera memoria; el Planeta 1954, por Pequeño teatro, e incluso el Ciutat de Barcelona 1966 por un relato maravilloso, El verdadero final de la Bella Durmiente.
"Nací cuando mis padres ya no se querían". Es la primera frase de su última novela, Paraíso inhabitado, quizá la más autobiográfica de sus obras. Esta historia, como Olvidado rey Gudú, Aranmanoth, La torre vigía, Los soldados lloran de noche, La trampa o tantos otros títulos, muestran su capacidad extraordinaria para fabular y conmover. Su estilo literario y su imaginación conquistan a los lectores, a veces, mucho más que a la crítica.
Fallado por primera vez en 1976 -se lo llevó Jorge Guillén- el Premio Cervantes solo contaba con dos mujeres en su palmarés: la pensadora malagueña María Zambrano (1988) y la poeta cubana Dulce María Loynaz (1992). Cada año se recuerda esa cifra y cada dos, cuando toca español, se recuerda el nombre de Ana María Matute, tal vez la única persona del parnaso literario nacional que ha dicho abiertamente que le gustaría ganar el premio.
La tendencia de los últimos fallos apuntaba al menos a que le había llegado el turno a su generación, la de los años 50, la de los niños de la Guerra Civil, un puñado de autores a la altura ya de la otra gran generación clásica del siglo XX, la del 27. Ahí están los premios a Juan Marsé, Antonio Gamoneda o Rafael Sánchez Ferlosio, los últimos españoles en lograrlo.
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MATUTE EN CINCO OBRAS
Ana María Matute ha sido siempre una niña de la guerra. El 18 de julio de 1936 le faltaban ocho días para cumplir 11 años y esas dos circunstancias, la guerra y los 11 años, han marcado su obra. Los libros de la nueva premio Cervantes están llenos de niños. Entre ellos y los adultos se establece muchas veces la misma incomprensión que entre dos bandos en conflicto, por eso en tiempo de guerra la incomprensión es doble.
LOS ABEL (1948). No fue la primera novela que escribió Ana María Matute pero sí la primera que publicó. Fue finalista del premio Nadal el año que ganó Miguel Delibes con La sombra del ciprés es alargada. Los Abel del título podrían ser los Pérez, los Smith o los Caín, un clan familiar en el que la crueldad es la otra cara de la ingenuidad. Como ha contado muchas veces la propia autora, el contrato con la editorial Destino lo firmó su padre por ella. Los siguientes, una vez casada, los firmó su marido. Cosas del franquismo. "Con mi venita marital", se leía antes de la rúbrica. En 1959 la escritora se llevaría el Nadal con Primera memoria.
PEQUEÑO TEATRO (1954). Matute escribió este libro con 17 años, con 19 lo llevó a Destino escrito a mano en un cuaderno de hule y el editor le dijo que lo pasara a máquina. Luego le dijo que veía más madura Los Abel. Ilé Eroriak, el protagonista de la obra, es un alguien de "cortos alcances" que "creía en todo profundamente", es el loco de Oiquixia, un lugar mítico y, como corresponde, brumoso. La llegada de un forastero, otro clásico, romperá la falsa armonía de un espacio que, al final, se revela como cualquier cosa menos armónico.
LUCIÉRNAGAS (1955). El sello Backlist acaba de reeditar esta novela con un esclarecedor prólogo de Esther Tusquets. La primera vez que se publicó, en ese 1955, lo hizo brutalmente mutilada por la censura y bajo el título de En esta tierra. El libro cuenta la historia de Soledad Roda Oliver, Sol, una muchacha "retraída y extraña, silenciosa y apasionada" que, en medio de una guerra fratricida -la alusión era clara aunque la narración no trate de la guerra- conoce el amor y, de paso, que el mundo se divide entre los que poseen y los desposeídos.
LOS HIJOS MUERTOS (1958). Premio de la Crítica y Nacional de Literatura, es para muchos la mejor novela de la autora y uno de los grandes libros de ficción sobre la posguerra. De nuevo una comunidad encerrada en un lugar de montaña, al lado de un bosque llamado Hegroz. La decadencia de una familia y la redención de un joven delincuente se cruzan en una historia sin concesiones que termina como la propia historia de España según Jaime Gil de Biedma, es decir, mal.
OLVIDADO REY GUDÚ (1996). Para su autora, el libro que siempre quiso escribir. También el que la devolvió a la actualidad después de unos años de silencio y depresión. Lo publicó el mismo año en que fue elegida para ocupar el sillón K de la Real Academia Española (era la tercera mujer en la institución tras Carmen Conde y Elena Quiroga). Aquella historia medieval, mezcla de libro de caballerías y cuento de hadas, fue la piedra de toque de uno de esos argumentos -lo usó dos años más tarde en su ingreso en la RAE- que resumen todo un universo literario: "Cuando en literatura se habla de realismo a veces se olvida que la fantasía forma parte de esa realidad porque nuestros sueños, nuestros deseos y nuestra memoria son parte de la realidad". La infancia, la guerra, la realidad, los sueños: las cuatro esquinas de un planeta redondo llamado Ana María Matute.